La dibujanta que no sabía dibujar

Había una vez una pulga sin perro. Caminaba por las calles de Luxemburgo buscando un animal. Se encontró con una dibujanta y le preguntó:

-¿Me podrías hacer una mascota? Un perro, un gato, un mono de Taiwán. -¿Qué cuento te pensaste que es este? ¿El principito? ¿Quieres que te dibuje un elefante en una boa? ¿Un sombrero? ¿O mejor un cordero?-, le respondió la dibujanta de mala gana.  La pulga se fue ofendida. Ella solo quería un lugar para vivir. Las calles no son seguras para una pulguita así.  Entonces siguió su camino. Entró en el bar de la esquina y vio a una señora con un perrito. Lo llevaba en brazos, era muy chiquitito. "¿Cómo carambolas me subo ahí?", pensó la pulga contrariada. En eso, ¡qué te digo que entra al bar la dibujanta que no sabía dibujar! Así que la pulga volvió a preguntar: -¡Ey! ¿sigues sin saber dibujar? ¡Yo ya encontré a un perro! Ahora solo necesito una escalera...-, dijo con aflicción. -Por favor, son solo dos palitos así y tres palitos asá. ¿Es mucho pedir? Puede ser así nomás...-.  La dibujanta ya cansada, se quedó pensando.  -Tengo una idea mejor-, le comentó y agregó: -yo te hago piecito y se terminó el asunto este del perrito-.  La dibujanta que no sabía dibujar entrelazó sus manos y acercó a la pulga hasta el perro chiquitito. La pulga vivió feliz por siempre. La dibujanta probó hacer la escalera y le quedó así:

Pero como ya no tenía a la pulga pedigüeña, puso a la venta la escalera. ¿Quién la quiere? Cuesta 100 libras pulguicinas o un café en el bar de la esquina.

Fin.