La cigarra y el cigarro
- Proyecto Jenniña blog
- 10 nov 2018
- 2 Min. de lectura

La cigarra y el cigarro llevaban juntos más de veinte años. Al principio la pasaban bien, pero con el tiempo comenzaron los agravios:
“¡Callate, molesta! ¡Haces mucho ruido! ¿Por qué no te vas a cantar a la ducha de tu madre? Encima desafinas...”.
“¡¿Y tú?! Pareces una chimenea, llenas la casa de humo y vives quemando los sillones!”.
Los vecinos se preguntaban porqué seguirían juntos, ¡si se hacían tanto daño! Pero las relaciones de dependencia son así: se odian y se necesitan…
La cigarra, ya agotada de tanto sufrimiento, decidió buscar la forma de liberarse de él. Intentó electrocutarlo mientras se bañaba. Quiso envenenarlo, ¡pero no había veneno más poderoso que él! Incluso compró un arma para volarle los sesos en mil pedazos, pero no pudo, no tuvo el valor.
Una tarde, el día en que cumplían veinticinco años de casados, la cigarra comenzó a toser y a toser sin parar. Se miró la mano, tenía sangre. El cigarro la observaba, sin darle auxilio. En su mirada había placer y malicia. Con los ojos en llamas se acercó y suavemente le sopló al oído:
“Sé que has estado intentando matarme, zorra mal nacida, pero todos tus intentos fallaron porque soy indestructible, fui creado por el mal y ya sabes… hierba mala nunca muere. Yo, sin embargo, he venido matándote desde el día en que te conocí, poco a poco, silenciosa, sutil y sagazmente, y tú, hahahaha”, rió con sarcasmo, “tan tonta, perdida en tu estúpido cantar, ni te enteraste”.
La cigarra lo miraba estupefacta, no sabía si sentía más vergüenza por haber sido descubierta, que por haber sido engañada.
Ese día, la cigarra murió.
Esta es la triste historia del cigarro que mató a la cigarra.
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