Pinos y olor a mar
- Proyecto Jenniña blog
- 10 nov 2018
- 2 Min. de lectura
Su novio la dejó a mitad de cuadra. Se miraron unos segundos a los ojos. Había tristeza en sus miradas, pero ninguno de los dos podía asumirlo, así que rápidamente se despidieron. “Suerte”, le deseó él, “avisame apenas puedas”.
Ella caminó unos pocos metros y se encontró con otras dos mujeres en la esquina pactada. Juntas, se tomaron el ómnibus. En el camino, una de las mujeres, la más veterana, iba callada. Miraba su agenda y anotaba cosas, en definitiva, solo estaba trabajando. Las otras dos chicas iban compartiendo sus historias. Algo las unía, aunque hasta ese entonces hubiesen estado separadas. Cada tanto se reían, pero al mirarse, en seguida se callaban.
Luego de unas horas llegaron al lugar. Había pinos y olor a mar. La mañana estaba soleada. Caminaron algunas cuadras hasta llegar a la casa. Al entrar, les esperaba un living con paredes de piedra y una estufa a leña apagada; era otoño, hacía frío, pero no tanto. En esa sala sombría con ventanas y persianas cerradas, había otras mujeres, algunas de veinte, treinta, otras pisando los cuarenta. Estaban en silencio. Casi ni se miraban. En ese entonces no había redes sociales ni teléfonos móviles, así que solo restaba mirar el suelo y tratar de no pensar en nada.
Entonces, la vinieron a buscar. La llevaron a una habitación y le indicaron: “deja el paquete de algodón por aquí, sacate la ropa de la cintura para abajo y cuando entres a la otra habitación, lo primero que debes hacer es dejar el dinero sobre la mesa”.
Hizo todo lo que le pidieron. Temblaba. Estaba nerviosa. Entró a la habitación y había unas cinco personas. Le observaron con ambición y culpa en la mirada. Ella, vulnerable y entregada, dejó el dinero sobre la mesa. Se acostó en la camilla y abrió las piernas. La señora, la más veterana, también estaba ahí. Le tomó de la mano y le hizo sentir solo apenas un poco menos asustada. Segundos después, no recuerda más nada.
Cuando despertó, ya no tenía a su bebé en las entrañas. Luego, todo siguió igual. También su mente protectora que, como siempre, eligió pensar: por aquí está todo bien, por aquí... no ha pasado nada.
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